La morosidad es algo que, aunque en principio nos puede sonar lejano, nos afecta en nuestras operaciones diarias con bancos y cajas.
De todos es sabido que el encarecimiento o escaso abaratamiento de las hipotecas es debido, en parte, a este porcentaje de morosidad que toda entidad, al ofrecer un producto de crédito, sabe a ciencia cierta que obtendrá a la hora de efectuar su balance e informe anual.
Los últimos datos que conocemos a día de hoy son los correspondientes al mes de julio, donde la morosidad se tradujo en un 4,73%, el porcentaje más alto desde octubre de 1996, cuando los parados también se agolpaban en la cola del INEM, casualmente.
Estos niveles suponen más del doble de los registrados tan sólo hace un año, cuando la morosidad se situaba en el 2,2%, algo en lo que, además de la crisis, ha tenido mucho que ver el desempleo registrado actualmente por la economía española.
Será hasta cierto punto normal y previsible que esta morosidad siga viniendo ligada a las colas del paro, y, hasta que esto no comience a solucionarse, y no vamos camino de ello por lo que todos conocemos, las entidades deberán afrontar una morosidad creciente que puede traducirse en créditos más caros o menos accesibles.
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